“Se dirigió entonces hacia ellos, con la cabeza baja, para hacerles ver que estaba dispuesto a morir. Y entonces vio su reflejo en el agua: el patito feo se había transformado en un soberbio cisne blanco…» Seguro que esta frase te suena mucho. Es de Hans Christian Andersen (1805-1875) de su famosa libro El patito feo. Creo que todos nosotros, alguna vez en nuestra vida nos hemos sentido como él. ¿Verdad?
Sin embargo, no debemos pensar en que es un cuento, debemos pensar que el pasar de patito feo a cisne no es algo que tengan que hacer los demás, somo nosotros los que tenemos que empezar a vernos guapos. Aunque para vernos guapos por fuera, lo primero que tenemos que hacer es vernos guapos por dentro. La famosa autoestima que tenemos que potenciar. Y es aquí donde comienza mi historia, la historia que os quiero contar. Y es que yo, como aquel patito, también anduve años con la cabeza baja, triste y sin ganar de conocer a nadie. Pero está claro que un buen día, todo cambia, y te convierte en ese majestuoso cisne. Eso sí, todo depende de las ganas que tú tengas.
Kilos y más kilos
La verdad es que mi juventud no se puede decir que fuera afortunada. Mis padres me dieron educación, caprichos y amor, pero se les olvidó poner un poco de belleza. Estaba claro que como modelo no me iba a ganar la vida. No era fea, pero tampoco guapa. Eso desde el primer día provocó una baja autoestima en mí. Por supuesto no era de las populares en mi clase. No era de las que recibía flores por el día de San Valentín, y menos aún de las que los chicos cuando metían goles se los dedicaban. Ese honor era para la Lourdes o Natalia de turno. Yo, María del Carmen, que hasta el nombre lo tenía feo, me dedicaba a mis libros.
Y una cosa lleva a la otra. El no sentirme querida provocó que mi única manera de ser feliz era comiendo. Llegue a coger más de 20 kilos y ponerme en 87 kilos, midiendo 1,72. Estaba claro que el príncipe azul no lo iba a encontrar en una discoteca, como mucho podría ser en un supermercado en la sección de donuts y pasteles. Y el comer tanto dulce provocó que mis dientes fueran reflejando mi decadencia. Numerosas caries y hasta tuvo gingivitis. Para que iba a cuidarme, si nadie quería estar a mi lado. Así pasé mi época del Instituto, con ganas de que todo pasara rápido e ir a la Universidad. Sí, se puede decir que el bullying también pasó por mi vida.
El cuento de El Patio Feo empieza un día de verano, con una pata incubando sus huevos en el nido. Nuestro protagonista resulta ser desproporcionado con respecto a sus agraciados hermanitos, no se parece físicamente al resto, pero es capaz de lanzarse al agua. Algo que yo nunca me atreví a hacer. Lanzarme al agua. Hasta que también un día de verano, me di cuenta de que esto no podía seguir así. Fue el día que mi madre me dijo, “hija, tienes el corazón más bonito que he conocido, pero es el momento de que también tengas el físico”. Ver llorar a mi madre fue la gota que necesitaba para derramar mi vaso. Ese día cambie de opinión, tenía que cuidarme. Estaba seguro que desde ahí llegaría mi felicidad.
El día del cambio
Me miré al espejo, dije adiós a la antigua MariCarmen y di la bienvenida a la nueva. Sabía que serían meses duros, pero que la recompensa merecería la pena. Lo primero que hice fue irme a la peluquería. Necesitaba un cambio de look. Cortarme la melena, al contrario que Sansón, fue lo que me dio fuerza. No faltaron mis uñas arregladas y mi depilación.
Hace años no hubiera imaginado entrar a un gimnasio. Pues bien, fue lo siguiente que hice. Apuntarme para perder peso. Y claro que lo hice, más de 30 kilos gracias a mis sesiones de cycling. La verdad es que la pérdida de peso es algo que siempre te invita a seguir.
Aunque quizás el detalle que más me marcó fue el cambio que di después de visitar al dentista. Tenía la boca hecha una basura por lo que ponerme en manos de los profesionales de la Clínica Dental Belmonte fue una bendición. Gracias a un tratamiento dije adiós a la gingivitis y al mal olor de mi boca. Por supuesto no faltó la visita a tiendas para comprar ropa.
Así iba construyendo mi nuevo yo. Y pronto llegó la recompensa cuando apareció en mi vida Ricardo. Y no, no lo encontré en la sección de pastelería del Mercadona, fue en el parque mientras paseaba a mi perrita Cisne. Supongo que no tendrá que decir la razón del nombre. ¿No?