Siempre he pensado que las mejores historias son las que no tienen ninguna conexión con la ficción, las que han sucedido de verdad. Esas son las que realmente nos hacen evolucionar como personas, las que definen quiénes somos y en qué nos hemos convertido. Pueden ser felices o tristes, pero de lo que no cabe la menor duda es que, detrás de cada una de ellas, se esconde un aprendizaje que nos ha terminado sirviendo para algo en esta vida. Y eso también tiene mucho valor a la hora de ir creciendo como persona.
El mejor arma a la hora de contar esas historias es el recuerdo. Se trata de una herramienta sin la que no seríamos nada. Y la época de nuestra vida en la que cultivamos mejor esos recuerdos es la infancia, quizá la más feliz de nuestra vida porque es cuando encontramos más tiempo de ocio, disfrutamos de muchas más personas de nuestra familia que van desapareciendo a medida que crecemos y, además, es la época de nuestra existencia en la que todavía no hemos descubierto algunos de los aspectos ocultos y más negros de la cruda realidad.
Un reportaje publicado en la página web Guía Infantil trataba de resolver un interrogante como el que sigue: ¿Qué es la felicidad para los niños? Es vital que, para que una persona crezca feliz y trate de recordar con cariño su infancia, tenga una serie de recuerdos que no le hagan recordar la infancia como un trauma. En este reportaje que comentamos, se hace hincapié en que, para ser feliz, no se necesitan padres y madres que se limiten a comprar el juguete más caro, sino padres y madres que dediquen tiempo a sus hijos para jugar y para apoyarles en los momentos más difíciles. Eso también tiene una incidencia muy grande en la felicidad de una persona.
Si esos parámetros se cumplen, una persona siempre recordará su infancia con ternura, lo que contribuirá a que cuente y narre muchas más historias relacionadas con la misma. El blog de Seguros Sura menciona cinco momentos que todos y todas recordamos de cuando éramos niños o niñas: la Navidad, los juegos en la calle, los meses de vacaciones durante el verano, las celebraciones familiares y, por último, los días en los que nos hemos disfrazado a causa de la llegada del Carnaval, de Halloween o de un simple cumpleaños.
Al disfrazarnos cuando somos pequeños, sin darnos cuenta estamos generando uno de los recuerdos más importantes de nuestra vida, un recuerdo que hará que siempre tengamos en cuenta un momento en el que la felicidad era plena y absoluta. Todos los expertos en pedagogía y psicología así lo hacen saber. Desde Ideal Fiestas consideran que el disfraz es una de las herramientas que permiten que recordemos la infancia como una historia bonita y alegre, una historia que trasladaremos a las generaciones posteriores y que nos ayudará a esbozar una sonrisa incluso a pesar del paso inevitable de los años.
¿Cuánto valen los momentos en los que recordamos viejas historias con nuestras amistades?
Haceos esta pregunta bien en serio. A lo largo de mi vida he tenido varias conversaciones con amigos y amigas acerca de algún evento pasado que, por algún motivo, guardamos en nuestra memoria. Esos momentos en los que recordamos los viejos tiempos son fuente de risas continuas y también tienen una importancia muy grande a la hora de reforzar los vínculos de amistad que nos unen. ¿Cuánto vale eso para todos vosotros y vosotras? La verdad es que, al menos para mí, este tipo de momentos simplemente no tiene precio.
Lo mismo podemos decir con nuestra familia. Seguro que con cada uno de sus miembros tenemos recuerdos preciosos que nos gustaría contar cuando hayan pasado los años. Y lo cierto es que es sano que así sea. Evocar un momento feliz de nuestra infancia y que se genere en nosotros cierta nostalgia es algo que no es malo, aunque pensemos que cualquier tiempo pasado. Es algo que nos puede ayudar a entender a nuestros hijos e hijas y a conseguir, de un modo más efectivo, que también ellos y ellas vean reforzada su felicidad.
¿Sabéis una cosa? La vida es demasiado corta como para acordarnos siempre de lo malo. Siempre tenemos que tener en la cabeza lo bueno, esas cosas que nos hacen decir que vivir merece la pena. Porque siempre hay motivos para hacerlo. Motivos para sonreír. Los recuerdos de la infancia son parte de esos motivos. Por eso nunca debéis perderlos. Deben ocupar un lugar privilegiado en vuestra memoria por siempre. Y debéis compartirlos. Esto último es realmente importante para que no caigan en el olvido. Os ayudará a ser mucho más felices y a afrontar la vida de una manera mucho mejor.