Cuando nuestros familiares no quieren ir a una residencia para mayores

El gran incremento de población anciana que se ha registrado en algunas provincias de España en los últimos años, como es el caso de la provincia de Castellón, junto con la incorporación de la mujer al mercado laboral, han convertido las residencias de la tercera edad en un final seguro para muchos abuelos.

El problema es que en la mayoría de los casos se ven en la difícil situación de ser los que tomen la decisión de ingresar al anciano, debido a que más del 95% de los mayores se rehúsan a ingresar en una residencia geriátrica.

Siguiendo con el ejemplo de Castellón, según los datos recogidos por el Instituto Nacional de Estadística, de las 88.546 personas con más de 65 años que hay, sólo 2.240 ancianos copan las plazas de las residencias, privadas y públicas, que se reparten por la geografía provincial, mientras que unos 1.000 ancianos están en listas de espera, es decir, alrededor de 85.000 mayores ni siquiera han pedido información para entrar en una residencia.

Esta situación se debe, según los expertos, a factores culturales. Según el sociólogo en envejecimiento de la Universitat Jaume I Alfredo Alfajeme, «los ancianos de hoy en día se han criado y han vivido en una época con valores diferentes a los actuales. Las familias estaban formadas por diversas generaciones». En sus tiempos, los hijos cuidaban a sus padres en casa en la vejez y no conciben un final diferente para sus días. Por eso, «no es fácil para ellos abandonar su hogar y pensar que no volverán a casa», explican los psicólogos.

No obstante, otro de los factores que dificultan el ingreso de los mayores en este tipo de centros responde a que hoy en día, debido a las muchas migraciones que recibe el país, es fácil conseguir a una persona cualificada que ofrezca sus servicios para cuidar a la persona mayor sin tener que abandonar su propia residencia.

Por otro lado, también está la limitación económica, en especial cuando se trata de los centros privados. Y es que los ancianos que ingresan en un geriátrico público tienen que destinar entre el 80 y el 95% de su pensión para pagarlo. Entonces las cuentas no encajan: alrededor de 51.300 personas cobran una pensión por jubilación media de 618 euros; 24.800 ancianos cobran por viudedad una media de 398 euros; 8.800 jubilados cobran por incapacidad permanente una pensión media de 631 euros; 3.000 ancianos reciben una prestación de 249 euros por orfandad y algo más de 500 personas tienen pensiones a favor de familiares.

También, sucede que muchos hijos crecen, se casan y tienen a sus propios hijos y se mudan de casa de sus padres. Así, estos abuelos terminan viviendo solos en casa y los hijos deciden llevarles a residencias preocupados por que puedan sufrir de depresión o que tengan algún accidente grave estando solos en casa.

Por supuesto, esta decisión es dura para toda la familia, algunas personas que han pasado por la misma comentan que es: «porque nunca lo habíamos planteado así y porque siempre pensamos que estaría con alguno de nosotros. Tienes la sensación de que toda tu vida te ha cuidado y que, ahora, cuando te necesita parece que la abandonas y huyes de esa responsabilidad».

Solo en muy pocos casos los mismos adultos mayores son los que entienden los beneficios de mudarse a una residencia y aprecian los cuidados y atenciones que ahí reciben, la libertad y autonomía que tienen y el aspecto social de rodearse de otras personas de su edad.

Cuando estar en casa no es viable

Cuando se habla de vejez y de cómo vivir los últimos años de la vida, no hay que obviar que cada mayor es un mundo, por su propia historia y circunstancias; y aunque lo ideal sería que  viviesen en sus hogares hasta el final de sus día, en ocasiones, esta posibilidad no es viable. Ya sea porque necesitan cuidados extremos, no disponen de una casa habilitada para una adecuada calidad de vida, tienen dependencia absoluta, hijos demasiado ocupados profesionalmente, que viven en ciudades o países distintos, etc., hay que evaluar otras opciones.

Así, llevarles a un centro residencial se presenta, en muchas ocasiones, como la única opción para que no estén en soledad y desatendidos, aunque no sea una decisión fácil para nadie. Además, los expertos en tercera edad consideran que la familia debe decidir llevarle a una residencia si el mayor sufre demencia o deterioro cognitivo.

El lado de la familia

Desde el momento en el que se decide llevar al familiar mayor a una residencia no solo se afecta al adulto en cuestión, sino también a toda la familia. Solo plantear esta posibilidad genera un revuelo en la familia, muchas veces incluso conflictos, sobre todo en los hijos que, por lo general, se sienten dolidos por no poder dar una vida mejor a sus padres.

También se cae en discusiones sobre distintas alternativas para cuidarles: en casa de un hijo, por meses rotando en la casa de cada uno de ellos, aportando una cantidad económica para contratar a alguien, llevarle a una residencia… Estos conflictos generan a veces sensaciones de injusticia por parte de aquellos que asumen una mayor responsabilidad en el cuidado, llevando incluso a enfrentamientos durante años.

El lado del adulto mayor

Cuando van a una residencia, se les saca de su hogar, del entorno en el que se sienten cómodos y seguros rodeados de todas sus pertenencias y recuerdos. «La cuestión es que la residencia tiene muy poco de hogar y mucho de institución y no hay que olvidar que allí se va a vivir. Además, hay demasiadas normas, se supone que para velar por su seguridad, lo que justifica todo, incluso las sujeciones, por lo que se restringen sus derechos», apuntan los expertos.

Por eso, lo fundamental es no engañarlos nunca. Hay que comunicarles desde el primer momento la decisión de ir a una residencia y explicarle los motivos. También es recomendable que la búsqueda del centro se haga en conjunto, para que el mismo adulto mayor pueda expresar su opinión sobre lo que será su nuevo hogar.  «Los familiares no deben ser tímidos y deben atreverse a preguntar todo aquello que les preocupe y asegurarse de que tienen libertad para visitar a su mayor, comer con él o asearle si lo desean. Debe ser como una casa abierta», recomiendan los expertos.

Además, contrario a lo que algunos recomiendan, no se les debe dejar solos los primeros de estancia en el centro, se les debe acompañar todo el tiempo que sea posible durante su adaptación a su nueva vida. Esto porque son mayores, y frágiles, con muchos sentimientos y emociones a flor de piel, por lo que necesitan dosis considerables de cariño y vínculo familiar para no sentirse inseguros.

El día de llegada hay que acompañarle, ayudarle a colocar sus cosas y lo ideal es estar con él cuanto más tiempo mejor, dejarle acostado y darle el correspondiente beso de buenas noches. «No se puede hacer un drama en la despedida porque puede desconcertar al mayor, que es el principal afectado y que entra en un lugar en el que agotará sus días».

También sería ideal establecer un cuidador de referencia al que ofrecerle toda la información del mayor para que tenga más datos para atenderle y saber con exactitud cómo se encuentra en cada momento. Además, según los expertos, estos son los que trasladan a la familia el mensaje de que su función sigue siendo imprescindible «y que necesitan de su vinculación para que la calidad y bienestar del mayor sean completos. De esta forma se les da más importancia y se les ayuda a minimizar su sentimiento de culpa al dejarles allí».

Haciendo el proceso más sencillo

Esa relación que recomendamos tener entre familia, adulto mayor y cuidador es imprescindible para hacer que el proceso sea más sencillo, ya que sabremos que está pasando en todo momento con nuestro ser querido.

De esta forma, se ayuda a reducir el sentimiento de culpabilidad, la ansiedad y el nerviosismo por no estar al lado del mayor y no saber cómo está en cada momento.

Asimismo, esta inquietud inicial se disipa según pasa el tiempo y los familiares comprueban que la atención no es teórica, sino que es real. Es entonces cuando se acercan al centro con mayor sosiego y aumenta su confianza cuando el personal les explica cómo está su ser querido y ellos pueden comprobarlo.

Los errores de los que debemos cuidarnos

Por último, los especialistas en el cuidado de adultos mayores de las Residencias Lacort, nos alertan de esos errores que no debemos cometer:

  • Nunca decidas por ellos. Excepto si la persona mayor no está en plenitud de sus facultades, ella misma debe ser quien decida qué hacer con su vida. En este caso, si desea o no ir a una residencia.
  • Nunca dejes por fuer ala opinión de la persona. Como dijimos anteriormente, la búsqueda de un centro residencial debe ser conjunta, en familia, y antes de ingresar, la persona mayor debe haberlo visitado para dar su visto bueno. Nunca les lleves engañados.
  • Despedidas dramáticas. Desde el primer día, se deben evitar las despedidas dolorosas de forma que no afectemos más al adulto mayor, que es el que peor carga tiene.

 

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